Las medias de los flamencos
  • Horacio Quiroga

    Horacio Quiroga

    Nació en Uruguay en 1878 y comenzó a escribir en 1887. En 1901 publicó Los arrecifes de coral, de tintes posrománticos y modernistas. Los perseguidos (1905) y El crimen del otro (1904) reflejan su estancia en la selva. De regreso a Buenos Aires, en 1917 publicó Cuentos de amor, de locura y de muerte, que obtuvo un gran éxito. Más tarde su prestigio literario se consolidó con Cuentos de la Selva (1919). En 1937 se suicidó.

  • ¿Sabes qué es un yacaré? ¿Y una yarará? ¿Y un tatú?
  • ¿Recuerdas de qué color son las patas de los flamencos?
  • ¿Qué postura adoptan los flamencos cuando están en el agua? ¿Por qué?

Este cuento pertenece a la obra Cuentos de la Selva (1919), en el que se reunieron varios relatos de animales. Quiroga nos da en él la respuesta a por qué los flamencos mantienen esa extraña postura cuando están en el agua.

Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar, pero aplaudían con la cola.

Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran.

Las ranas se habían perfumado y caminaban en dos pies. Además, llevaban colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.

Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo, y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza. Las más espléndidas de todas eran las víboras, que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas y negras.

Sólo los flamencos —que entonces tenían las patas blancas y, como ahora, la nariz muy gruesa y torcida— estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Un flamenco dijo entonces:

—Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.

Y, levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.

—Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?

—No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así.

Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tatú se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:

—¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así.

Los flamencos le dieron las gracias y se fueron volando a la cueva de la lechuza y le pidieron las medias coloradas, blancas y negras. La lechuza les ofreció las medias buscadas. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.

—Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.

Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias.

Cuando vieron a los flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.

Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más. Efectivamente, un minuto después, un flamenco tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. Enseguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas del flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.

—¡No son medias! —gritaron las víboras—. ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son víboras de coral!

Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos y, enroscándose en sus patas, les deshicieron a mordiscones las medias. Enfurecidas, les mordían también las patas, para que murieran.

Los flamencos se morían de dolor. Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres. Los flamencos no murieron, doloridos corrieron a echarse al agua, y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían un terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre porque estaban envenenadas.

Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas. A veces se apartan de la orilla y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y se quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.

Ésta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas.

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